viernes, 27 de julio de 2007

El Solipsista de Fredric Brown

Walter B. Jehová, por cuyo nombre no pido disculpas, pues en realidad ese era su nombre, había sido un solipsista toda la vida. Un solipsista -por si acaso no conoce la palabra- es alguien que cree que él es la única cosa que realmente existe, que las demás personas y el universo en general sólo existen en su mente y que si dejara de imaginárselos dejarían de existir.

Un día, Walter B. Jehová se convirtió en solipsista practicante. En una semana su esposa se había fugado con otro hombre, había perdido su empleo de funcionario en una agencia de envíos y se había roto una pierna corriendo tras un gato negro para evitar que se cruzara en su camino.

Convaleciente en una cama de hospital, decidió acabar con todo.

Miró a través de la ventana, fijó la vista en las estrellas, deseó que dejaran de existir y ya no estaban allí. Luego, deseó que todas las demás personas cesaran su existencia y el hospital se tornó extrañamente callado, incluso para un hospital. Después, deseó que el mundo desapareciera, y se encontró suspendido en un vacío. Se deshizo de su cuerpo casi con la misma facilidad y luego dio el paso final de desear que él mismo no existiera.

Nada sucedió.

-¡Qué extraño! -pensó. ¿Puede haber un limite para el solipsismo?

-Sí -dijo una voz.

-¿Quién eres tú? -preguntó Walter B. Jehová.

-Yo soy quien creó el universo que tú acabas de desaparecer con tu deseo. Y ahora has tomado mi lugar. Hubo un profundo suspiro. -Al fin puedo abandonar mi propia existencia, encontrar el olvido y dejarte a cargo.

-Pero, ¿cómo puedo yo dejar de existir? Es lo que estoy tratando de hacer, ¿sabes?

-Sí, ya lo sé -dijo la voz. Tienes que hacerlo de la misma manera que yo lo hice: Crea un universo. Espera a que alguien en verdad crea lo que tú creíste y desee que ya no exista. Luego te puedes jubilar y dejar que él tome tu lugar. Adiós.

Y la voz desapareció.

Walter B. Jehová estaba solo en el vacío y únicamente había una cosa que podía hacer: Creó el cielo y la tierra.

Tardó siete días.

PASTELES DE BEBÉ Por Neil Gaiman

PASTELES DE BEBÉ
Por Neil Gaiman

Hace unos años todos los animales se fueron.

Nos despertamos una mañana y ya no estaban allí. Ni siquiera nos dejaron una nota o nos dijeron adiós. Nunca acabamos de entender adónde se habían ido.
Los echábamos de menos.
Algunos pensamos que el mundo se había acabado, pero no era así. Sencillamente, no había más animales. Ni gatos ni conejos, ni perros ni ballenas, ni peces en los mares, ni aves en los cielos.
Estábamos completamente solos.
No sabíamos qué hacer.
Vagamos perdidos un tiempo y entonces alguien señaló que, sólo porque ya no había animales, no teníamos or qué cambiar nuestras vidas. No teníamos por qué cambiar nuestras dietas o dejar de poner a prueba productos que podrían hacernos daño.
Después de todo, aún quedaban los bebes.
Los bebés no saben hablar. Apenas se pueden mover. Un bebé no es una criatura racional y pensante.
Hicimos bebés.
Y los usamos.
Algunos nos los comimos. La carne de bebé es tierna y suculenta.
Los despellejamos y nos decoramos con su piel. El cuero de bebé es suave y cómodo.
Con otros hicimos pruebas.
Les sujetamos los ojos abiertos con cinta adhesiva y vertimos detergentes y champús dentro, de gota en gota.
Los cubrimos de cicatrices y los escaldamos. Los quemamos. Los sujetamos con abrazaderas y colocamos electrodos en sus cerebros. Hicimos injertos y los congelamos e irradiamos.
Los bebés respiraban nuestro humo y en sus venas corrían nuestras medicinas y drogas, hasta que dejaban de respirar o hasta que la sangre les dejaba de correr.
Fue duro, desde luego, pero era necesario.
Nadie podía negarlo.
Si habían desaparecido los animales, ¿qué otra cosa podíamos hacer?
Algunas personas se quejaron, por supuesto. Pero la verdad es que siempre lo hacen.
Así que todo volvió a la normalidad.
Pero…
Ayer, todos los bebés habían desaparecido.
No sabemos adónde se fueron. Ni siquiera los vimos marcharse.
No sabemos qué vamos a hacer sin ellos.
Pero ya se nos ocurrirá algo. Los seres humanos son listos. Es lo que nos hace superiores a los animales y a los bebés.
Ya encontraremos una solución.

viernes, 13 de julio de 2007

LAS TRES REJAS

Un joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice:
-Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia...
-¡Espera! –lo interrumpe el filósofo- ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
-¿Las tres rejas?
-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oí comentar a unos vecinos.
-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguién?
-No, en realidad, no. Al contrario...
-¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
-A decir verdad, no.
-Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.